1. El culto a los animales
Apis adorado. Escultura de
bronce de epoca tardía
British Museum
"Que los hombres conozcan lo que es divino, que lo conozcan, eso es
todo. Si a un griego es el arte de Fidias lo que le trae a dios a la memoria, si a un egipcio se lo recuerda adorar animales,
a otro un río, a otro el fuego, a mí no me irritan esas divergencias. Basta que conozcan, que amen, que recuerden."
Máximo de Tiro
Los egipcios adoraron a los animales por representar teofanías (manifestaciones
de lo divino), usando sus formas familiares para demostrar lo que ellos pensaban sobre las verdades espirituales de la vida.
Estos animales representaron conceptos más trascendentes que su misma figura; son sus características esenciales, modalidad
de lo sagrado, las que los acercaron y unieron al hombre, al cosmos y a la sacralidad de la naturaleza. Los animales parecen
permanecer estáticos a través de sus generaciones, aparentemente no cambian, compartiendo en este sentido la permanencia fundamental
del universo y por ello mismo su elemento divino. El animal, como arquetipo, representa las capas profundas de lo inconsciente
y del instinto. Ellos representan los principios y las fuerzas cósmicas, materiales y espirituales. Eran el receptáculo de
la potencia divina. Es comprensible que el asombro y la admiración del hombre hacia los fenómenos naturales lo llevaran en
la época histórica a deificarlos; por ello no es ilógico que los animales, favorecidos con cualidades extraordinarias y además
más cercanos a él, fueran también elevados a esa categoría. Desde la protohistoria, Egipto estuvo dividido en nomos, muchos
de los cuales tenían como emblema un animal que en la época histórica se antropomorfizó, aunque hubo también dioses que desde
el principio se manifestaron sólo como hombres, como Atum, Ptah y Osiris o como objetos, el pilar Dyed y como plantas el Sicomoro.
Los egipcios adoraron a los animales en todos los períodos de su historia,
con mayores o menores grados de intensidad, siendo su culto parte integral de la religión egipcia. El culto oficial se dirigía
únicamente a un solo individuo de la especie y no todos los animales sagrados eran adorados en todos los nomos. Las creencias
se inician siendo extremadamente localistas, dándose el caso de un animal adorado en una región y odiado y perseguido en otra.
Por ejemplo tenemos al icneumón (mangosta) teofanía de Atum, que se alimentaba con los huevos del cocodrilo, por lo que en
las localidades en donde este saurio era sagrado, aquel animal no era querido y menos adorado.
El pueblo egipcio en general no tenía derecho a participar en el culto
a los grandes dioses, pero en cambio si podía visitar y ofrendar al animal sagrado, representante del dios en la tierra, que
generalmente vivía al lado del templo, en un establo o estanque especial, es decir que tenían trato directo con él. Estos
animales vivían con toda clase de comodidades en lugares especiales, al lado del templo. En ocasiones estos sitios estuvieron
ricamente decorados con oro, plata, ámbar y piedras preciosas. Se les alimentaba según sus preferencias, con las más suculentas
viandas y se les proveía de la compañía necesaria, de su misma especie y del sexo contrario. Los especímenes seleccionados
por sus marcas especiales, vivían felizmente hasta su muerte, después de la cual eran momificados y enterrados con todos los
honores. Se procedía entonces a la búsqueda de otra manifestación del dios.
Los principales animales sagrados fueron los toros, encarnación de
Ptah, Ra, Montu y Osiris y adorados en Menfis, Heliópolis y Hermonthis. La gata representante de Bastet de Bubastis. El carnero,
alma de Amón y de Jnum y adorado en Mendes, en Tebas, en Elefantina, en Esna y en Heracleópolis. El cocodrilo, Sobek cuyo
centro era Crocodilópolis y Kom-Ombo. Hathor representada por la vaca y adorada en varios templos, los más importantes en
Dendera y Afroditópolis y los halcones representantes de Horus en Edfú y Filae.
Desde épocas protohistóricas el hombre puso atención en determinados
animales. De la época Badariense (4500 AC, Alto Egipto) atestiguan este culto los cementerios de toros,
chacales, carneros y gacelas enterrados con toda clase de ceremonias y envueltos en sudarios de lino y esteras. En Heliópolis
se han descubierto entierros de gacelas muy semejantes a los entierros humanos, en cuanto a riqueza. Curiosamente cerca de
ellos había perros enterrados sin ningún cuidado especial. En la necrópolis de Merimde (4500 AC, Bajo Egipto) se han encontrado grandes cantidades de huesos de hipopótamo enterrados en
el suelo en forma vertical, en sitios que seguramente marcaban un lugar sagrado o al menos especial. Este animal llegó a ser
después una diosa muy popular entre el pueblo, diosa de las parturientas y de la lactancia, aunque alejada del culto oficial.
Y desde entonces, a través de siglos enteros, los animales fueron objeto de la veneración y el culto popular y oficial. De
diversas épocas, se han encontrado animales embalsamados que van desde un enorme toro hasta un pequeño abejorro. Es a partir
de la Dinastía XXI, en el Tercer Período Intermedio,
que los animales, antes vistos como manifestación de lo divino, son además venerados por sí mismos, especialmente el toro,
el cocodrilo y el gato. Ahora, en algunos casos, no se adora exclusivamente a los animales portadores de marcas especiales,
sino a toda la especie. Ello dio como resultado la gran cantidad de animales embalsamados que se produjeron, aunados a los
que se llevaban como ofrenda a los santuarios. Incluso, cerca de Saqqara, se encontraron tantas momias de gato que durante
años se usaron como abono para las plantas. En la Época Baja, después de las invasiones asiria y persa, el hombre perdió la
fe en los dioses lejanos que según parecía lo había abandonado y entonces volvió los ojos a los de carne y hueso, sus animales
sagrados. Pensaban que ellos no los abandonarían, pues estaban presentes en su vida diaria. Se han encontrado gran cantidad
de figuras de animales tanto en los templos como en las tumbas y en las casas habitación, de diversos materiales como bronce,
basalto, madera, lapislázuli y otras piedras preciosas y semipreciosas. En los templos y tumbas generalmente se colocaban
los de bronce, piedra y madera; los de piedras preciosas y semipreciosas servían como amuletos para la vida y para la muerte.
Las de las casa se hacían de fayenza.
El culto a los animales se transmitió a las sectas gnósticas que se
desarrollaron en Egipto durante los dos primeros siglos del cristianismo, resultando extraños dioses, como Abraxas (dios con
cabeza de gallo, cuerpo humano y piernas de serpiente) y Jolnubis (sol eterno con cabeza humana con siete rayos).